jueves, 5 de febrero de 2009

Papá, papá... ¿qué es la globalización?

Corrían otros tiempos. Los “locos de la azotea” hacían de las suyas para transmitir sonidos sin ningún cable, compitiendo con la tecnología de los investigadores norteamericanos. Apellidos como Suzini o Yankelevich no parecen importar demasiado a esta altura del nuevo milenio. La batalla por la radiodifusión en la que se anotaron desde siempre Marconi, Herz y Edison entre otros era llevada a cabo por unos pibes de barrio que con improvisadas antenas de alambre pretendían transmitir señales sonoras desde una terraza con ese rigor tan porteño de llegar “hasta lo más lejos posible”.

La radiofonía tuvo a la argentina como una de sus principales protagonistas. Todavía hoy no queda claro –más allá de la historia oficial que siempre necesita "mega-eventos" que la hagan creible- quién realizó la primera transmisión. Aquí fue la ópera “Bomarzo” sobre textos del inefable Manucho Mujica Lainez desde el Teatro Colón. Más tarde, cuando el acceso a los transmisores comenzó a popularizarse, la capital federal siguió los pormenores de una de las primeras “peleas del siglo” escuchando como Firpo “El toro salvaje de las pampas” sacaba del ring a trompada limpia al gringo Dempsey desde el Madison Square Garden aunque terminara perdiendo la pelea.

Eran los albores de la comunicación de masas y ya comenzaba a latir el germen del “compre y beba” que como un símbolo del modernismo dictaría las conductas consumistas a seguir en cada desprevenido hogar que tuviera su “radioreceptor”. Porque con mayor o menor inocencia las empresas y corporaciones comerciales comprendieron rápidamente la importancia de “convivir” con sus potenciales clientes a través de jingles y promesas que despertando el deseo despertaran también la ambición.

Por remontarme a un hecho, he anclado en esta primera experiencia de comunicación masiva, aunque tal vez la candidez del episodio distraiga al lector del objetivo de este trabajo. Quizá tuviera más impacto el planteo si uno tomara como germen de la globalización el afán comercial que llevó a los Fenicios a recorrer los mares en una inagotable e inconsciente “polinización cultural”. O aquel otro hecho en el que se estampó la suela de un tosco zapatón sobre el polvo lunar en un “pequeño paso para un hombre pero un gran salto para la humanidad” que “vía satélite” compartió ni más ni menos que el 74,8 % de la población mundial.

Y por no extenderme no puedo referirme al espíritu expansionista que siempre acompañó a los más fuertes arribando a una suerte de globalización forzosa de los dominados. O al mismo Cristo (que no a la Iglesia Apostólica Romana) con sus enseñanzas sobre igualdad y el término “hermano” que parece haber aplicado por igual a sus seguidores cuanto a sus asesinos.

Algunas asociaciones de historiadores politizadas por la corta (o torpe) visión, sitúan el origen de la globalización en la caída del muro de Berlín. Utilizado como un ícono del capitalismo rescatando a una sociedad de disidentes oprimida por el régimen comunista, la imagen del muro desgarrándose atravesó el mundo, sepultando al monstruo que perdió la batalla y ensalzando al que la ganó. El episodio, sumado a la genial invención y masificación de la internet, tomó entonces visos fundacionales de un nuevo orden: un mundo sin antihéroes en el que "todo es posible para todos"; “El triunfo de la libertad” como se dio en llamar al episodio. Aunque en realidad habrá que analizar seriamente si las cosas fueron tan así.

Visualizar los hechos es diferente a visualizar los canales por los que se transmiten los hechos. La verdad, el hecho, lo ocurrido, se ve viciado por el interés de quien lo manipula como argumento, de quien lo expresa. Y si la internet es un fabuloso medio que favorece una verdadera comunicación global, no es menos cierto que detrás de cada hecho histórico están las personas, los individuos, esas singularidades únicas e irrepetibles que desde distintas plataformas y paradigmas construyen con su cotidiano accionar el mundo en el que vivimos. La realidad del mundo es la realidad de los hombres que lo componemos aquí y ahora, de modo tal que lo que una sola persona haga, repercutirá necesariamente en aquella realidad.


En la historia de la especie, está claro, ese pequeño impacto individual se ve eclipsado por los grandes acontecimientos sin que nadie parezca reparar en que estos hechos son asimismo producto de aquellas pequeñas individualidades que los avalan ya con la acción, ya con la omisión, ya con la aceptación, ya con la rebeldía.

Tal como está hoy el mundo, el círculo parece girar en este sentido: la globalización como espacio igualitario no puede ser posible sin inclusión. La inclusión no puede ser posible sin educación. La educación no puede ser posible sin políticas. Las políticas no pueden ser posibles sin estados nacionales. Los estados nacionales no pueden ser posibles sin independencia. La independencia no puede ser posible sin libertad. La libertad no puede ser posible sin igualdad. La igualdad no puede ser posible sin inclusión. Y vuelve a girar la rueda.

En el análisis fenomenológico de la globalización, se plantean oposiciones falaces, más por el temor a los cambios que por el rigor que debería caracterizarlas. Oponer las nacionalidades a la globalización es no entender el proceso. Esta deviene de aquellos y aquellos necesitan de esta. La una se nutre de los aportes diferentes de los otros, como un inmenso crisol que nos sitúa en los momentos posteriores inmediatos a la confusión del Babel Bíblico.

El vértigo de las últimas seis décadas, ha repercutido en importantes intercambios culturales a partir del desarrollo de tecnologías que han facilitado su aplicación. Esta interacción entre estados, ideologías, paradigmas, religiones y creencias ha venido acompañando el progreso humano y los cuantiosos efectos de ese roce se hacen notorios en la ampliación y no en la abolición de las cultural locales. Porque la globalización es más la expansión y el intercambio cultural que la adhesión a comportamientos y convicciones prefabricados, después de todo ¿quién podría arrogarse la capacidad de definir esos estándares?

El valor de este nuevo espacio está entonces en proceso permanente, nutriendo y nutriéndose de lo que cada persona como parte de un inconmensurable mosaico le pueda aportar. Como siempre.

“Un día la humanidad se levantó preocupada. Todos desayunaron, todos partieron hacia sus tareas, todos sabían y aprendían al mismo tiempo las mismas cosas. Solo había armonía porque todos pensaban igual. Todos trabajaban la misma cantidad de horas y tenían el mismo salario. El formato de la vida estaba estandarizado. La vida se había convertido en un hecho terriblemente predecible. Entonces uno de ellos, rebelde ante el aburrimiento, se descerrajó un tiro en la cabeza.
En los minutos siguientes se escuchó sobre la tierra una única explosión.¿Fue la individualidad o la globalización lo que terminó con la especie?

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