martes, 28 de febrero de 2012

¿cómo sigue la película?

Somos un país berreta. Una ciudadanía berreta fruto de los cambios de espejitos por oro, las corrientes migratorias externas e internas, los aluviones zoológicos y los afanes y afanos de unos cuantos que -llegado el momento de acceder al poder, ya sostenido por el favor popular, ya a los cohetazos- han obrado sin escrúpulos pero con nuestra total connivencia. Y la omisión también puede convertirse en pecado.
Nuestra época de gloria aún no ha llegado y tal vez nunca llegue. Aquel espejismo de haber podido ser -y no haber sido- la principal potencia mundial en la posguerra, aquella  explosión artística que catapultó a nuestro cine y nuestra radiofonía  a la vanguardia de latinoamérica, aquella imagen mítica de lingotes de oro ocupando los pasillos del Banco Central como  bandera de una opulencia flagrante  que no daba de comer,  son fotografías de la historia que por -acción u omisión- supimos conseguir. Entre todos.
Me pregunto sobre el futuro de esta, nuestra construcción cultural. Agotado el pasado sin que hayamos sido capaces de salirnos de sus garras; agotado el futuro huérfano como está de proyectos dignos; atrapado este presente entre el desgarro violento de ese ayer y el no saber a que puerto arribar en aquel mañana, nuestra cultura parece entramparse, empantanarse, enroscarse las patas entre el desasosiego y la frustración.
Son momentos en los que se necesita de la grandeza más que de la grandilocuencia, del consenso más que de la competencia, de la madurez más que del capricho y el pataleo.
Hombres y mujeres incapaces de superar las diferencias; discapacitados para acordar lo urgente y lo importante de cara al futuro, sin que acuerdo signifique ganar o perder; fracasados en el rescate de la infancia, el destierro del hambre, la ignorancia y la enfermedad, los políticos de pelucones entalcados, solo sueñan con llegar a palacio a cualquier costa. Nuestros políticos. Los emergentes de nuestra sociedad. Espejos de una ciudadanía que -espantada de sí misma- los mira hacer sin reclamarles, omitiendo una vez más marcar el rumbo y convirtiéndose por enésima vez en torpe víctima de sus hijos dilectos.
Como una serpiente que se muerde a sí misma  la cola pero a la cual la mortal ponzoña no hace mella, volveremos a retorcernos entre dos piedras para mudar de piel. Mediocre ejercicio que la naturaleza le impone para -aparentando haber cambiado- seguir siendo, en esencia, quien es.
Al igual que la serpiente, no entendemos lo que pasa. A favor de ella, de los dos, sólo nosotros podemos conceptualizar la realidad.
Hasta pronto.

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